Decidir sobre nuestro aborto

La lucha feminista a favor del aborto libre y gratuito, no deja encontrar respuestas que tratan de frenar los avances por la igualdad. Pese a que en primera instancia lo que destaca es la importancia de la salud de las mujeres, este debate adquiere además una fuerte connotación ideológica.

Algunas organizaciones, como la Asociación Abogados Cristianos, encaminan gran parte de su trabajo en oposición a la práctica del aborto. Esta postura viene respaldada por la idea de manipulación externa de aquellas mujeres que deciden interrumpir su embarazo. Por lo tanto, la conciencia y libre decisión por la cual lucha la mujer a diario, viene reducida a una fuerte infantilización en este sentido. Estas características no son más que una parte de tantas manifestaciones del sistema patriarcal. 

Dicho esto, resulta curioso como, en respuesta al discurso feminista cuya base es científica en este tema; el contra-argumento adquiere la misma connotación. Cierto es, que el testimonio en contra del aborto, adquiere una clara ideología «pro-vida», sin embargo, con el fin de obtener mejores resultados, este se adapta al debate. En este sentido, la negación del aborto se sostiene bajo el paraguas de la salud. Sin embargo, se trata de una idea homogénea que conocemos hace siglos en torno a «lo natural». Con ello se hace referencia directa a la reproducción, y por lo tanto, todo aquello que dificulte tal proceso, pone en riesgo el desarrollo de nuestra salud.

Lejos de una explicación tan simple, debemos recordar que somos seres sociales, que hemos desarrollado una comunidad basada en derechos y libertades. Teniendo en cuenta estas pinceladas, no cabe duda de que estamos tratando una postura conservadora en cuanto al bienestar de las mujeres, persiguiendo mantener la subordinación social de las mismas. Definir a las mujeres como seres irracionales, incapaces de dictar sobre su propio cuerpo, no son más que hilos conductores de un fuerte discurso público.

Además, resulta paradójico que se apele a la «liberación de la mujer engañada en los centros de abortos», traduciendo el derecho en un deber: el de abortar. Recordemos que un derecho no implica una obligatoriedad en ejercerlo. Por el contrario, eliminarlo supondría una condena de todas las mujeres a vivir según un molde que recoge los intereses patriarcales. La propiedad genética y el aislamiento de la mujer al ámbito privado, son principios tradicionales que se consideran en peligro en caso de que la mujer decida sobre su cuerpo.

Dicho esto, solo nos queda subrayar lo siguiente. La mujer decide. La mujer elige. La mujer tiene voz. La mujer es sujeto social y político… Y en tal caso, parece ser que en algunos colectivos, la mujer molesta.

Sentimos, pensamos y cuestionamos. No somos objetos. ¡Tenemos derecho a decidir sobre nuestro aborto!

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