La violencia en los márgenes del territorio. El cuerpo de las mujeres migrantes como moneda de cambio

Por  Lucía Alba López Rodríguez – Equipo de Trabajo del Observatorio de Violencia

Sin duda las fronteras se muestran como espacios altamente particulares. Hemos incorporado con cierta naturalidad ese rasgo divisorio que, bien mirado, podría resultarnos extraño, o cuando menos impostado. Imaginen una raya en el horizonte, una línea, un trazo, un cruce de caminos, donde lo que fuera dejará de ser, pasando a convertirse en otra clase de cosa.

A medida que nos aproximamos a estos dominios el lienzo del territorio comienza a modificar sus propiedades políticas, sus dinámicas sociales, sus pobladores…Claro está que no existe un único ejemplar fronterizo, los resultados son ciertamente diversos. Existen aquellos emplazamientos distendidos, los que a menudo se distraen de algunas de su funciones. De esta forma uno circula por estos espacios y jamás se dio cuenta de cuando pudo pasarse de la raya, pero lo hizo, y sorprendentemente se encuentra en Villa Arriba y no en Villa Abajo, como se atrevería a jurar. Existen en cambio, otra clase de pasos fronterizos que ostentan multitud de señales y advertencias. Son por ejemplo aquellos lugares que se alambran y se vigilan. En estos espacios la aparente normalidad se ve intensamente trastornada, llegando a convertirse en verdaderos territorios al margen de cualquier jurisprudencia. Hablaremos aquí de esas fronteras, aquellas que escapan a la lógica de lo humanamente razonable.

Las fronteras fueron fundadas con la vocación de administrar el caudal de recursos (humanos y materiales). El número, la abundancia y constancia del flujo, parecían ser sus máximas, porque la frontera aseguraba no ofrecer distinciones sobre esta masa que juzgaba informe a sus ojos…y sin embargo no es cierto. La frontera es amable o despiadada según las condiciones del ojo que la examine (o que la padezca).

El camino de un transfronterizx arrastra consigo el futuro guión de su destino. Definitivamente la experiencia podrá mostrarse distinta si usted por ejemplo resulta un individuo acaudalado o no; si tal vez demuestra facciones de origen caucásico o no; si es juzgado adulto o joven; si acompaña su viaje de tal o cual intención…Hay quienes viajan ilusionados, movidos por la ambición de aquel que desea descubrir; los hay también desesperados, personas arrojadas desde sus países hacia una nada incierta que los mira con hostilidad y recelo; hay personas que viajan solas, lo cual no podrá parecerse a la experiencia de verse acompañado; están los que viajan con nocturnidad, lo cual tampoco mantendrá semejanzas con el hecho de hacerlo respaldado, seguro y confiado; algunos podrán moverse azotados por la prisa y el estrés, sin embargo nunca podrán compararse con aquellos otros movidos por la angustia de la huida…Ahora bien, en todos estos supuestos podrá usted ser un hombre, y esa experiencia, la suya, jamás podrá comprarse con aquella otra que se vive, cuando la que viaja resulta ser una mujer.

Hace poco hemos podido conocer algunas de las dramáticas circunstancias en las cuales se ven envueltas muchas mujeres migrantes sirias, en los diferentes pasos fronterizos que deben atravesar, para salir de la zona de conflicto. Estas mujeres, así como también numerosas niñas y niños de condición refugiada, están siendo víctimas de abusos físicos y violaciones. La razón es tan simple como terrible: tales abusos son entendidos como forma de pago a la hora de conseguir ciertos beneficios, como la obtención de documentos, o el consentimiento para continuar con su huida. Muchas de estas mujeres reportaron haber sido víctimas de violaciones a cambio de conseguir un lugar donde poder refugiarse. Según el director de ACNUR, Vicent Cochetel, incluso las que viajan con familia resultan susceptibles a este tipo de violencia. Algunas de ellas han llegado a contraer matrimonio en los campos de refugiados, buscando infructuosamente alguna persona que pudiera protegerlas de semejantes tipos de agresión.

Estos casos no son aislados, ni tampoco se manifiestan como producto particular de un determinado conflicto. Las mujeres migrantes que inician el viaje movidas por la necesidad, la crisis o el conflicto, a menudo caen presas de la frontera. En muchos países de Centroamérica, multitud de mujeres que emprenden su camino a lomos de la bestia (tren que discurre por tierras mexicanas y llega hasta la frontera con Estados Unidos), toman anticonceptivos como medida preventiva, alertadas por la más que fundada probabilidad de ser violadas durante el trayecto.

Ante esta realidad se ha producido cierta respuesta de carácter humanitario, priorizando aquellas medidas destinadas a la prevención de la violencia sexual. El papel por parte de las agencias y administraciones de los Estados, sin embargo, aun resulta bastante deficiente. Quisiéramos, cuando menos, poder decir, que ello se debe al despiste y la mala gestión de recursos. La realidad en cambio resulta mucho más desalentadora. Aquellos países implicados, mas que verse impedidos, no consienten dirigir la mirada sobre cierta clase de alarmas. Parecen andar demasiado ocupados calculando el impacto que estos movimientos demográficos generarán al interior de sus propias comunidades. Esta labor los tiene tan entretenidos que se han visto sumidos en el sopor de un terrible inmovilismo, que los mantiene egoístamente ensimismados, mientras sus fronteras acumulan cicatrices humanas que desgraciadamente ya se cuentan por miles.

Solo consigo concluir obviedades en lo relativo a este asunto. Por supuesto que estas situaciones y practicas atroces deben desaparecer, pero es que ¿acaso alguien en su sano juicio pudiera argumentar lo contrario? Y sin embargo ahí están, y se mantienen. Esta clase de alarmas retumban en los oídos de nuestras conciencias, pero no consiguen nada mas que eso, retumbar como un eco incansable que nada puede hacer, rebotando en la caverna de un tímpano blindado a prueba de tragedias.

Para esta y otra serie de realidades infumables, que sin embargo florecen en el centro de nuestras mal llamadas civilizaciones, solo he resuelto una reflexión: debemos intentar recobrar nuestra autoestima. Solo aquellas sociedades que se desprecian profundamente a sí mismas serían capaces de obrar semejantes atrocidades contra su población. Me da por pensar que últimamente (y con “últimamente” me refiero, quizás, a estas últimas décadas) ya no damos un duro por nosotrxs. Hablamos de nuestra condición humana como si de una plaga se tratase; nos paramos a pensar en los pobres animalitos y ecosistemas que tienen que sobrevivir a nuestra huella de devastación… Recientemente he asistido a la proliferación de grupos animalistas y notas de prensa en torno a la vida o la salud de tal cachorro, tan especie en extinción, o tal práctica “festiva” que tortura animales. Artículos como este pueblan nuestros diarios desprendiendo, tal vez, cierta intencionalidad en el mensaje: “ellos no se lo merecen (ciertamente no), nosotros en cambio…(este espacio se llena de silencio y como bien dicen, aquel que calla otorga)”.

Y digo yo, sin meterme ni mucho menos con la noble labor de aquellos que defienden el mundo animal, hacemos estas reflexiones con una naturalidad pasmosa, nos encogemos de hombros y de paso nos concedemos unos cuantos cheques en blanco para continuar pisándonos la dignidad. Hemos aprendido a reconocer el daño como característica intrínseca a nuestra condición, nos hemos convertido en los malos de la película, y peor aun, nos hemos convencido de ello, pero yo me revelo. No está en nuestra naturaleza ser malvados, durante siglos nos hemos educado arduamente para ello. ¿La razón?, bueno yo no cuento con todas las claves, pero supongo que en algún punto del camino nos resultó más fácil ser mediocres y liberarnos de posibles responsabilidades, que tomar partido y esforzarnos por existir de un modo mas justo, más igualitario, más empático y honrado. Vaya, en algún momento la cosa empezó a torcerse y nosotros lo negamos categóricamente, lo que tal vez pueda representar el exponente histórico más paradigmático de la expresión que hoy conocemos como “fuga hacia delante”. De esta forma conseguimos redimirnos ante cualquier pretensión de enmienda. Estamos aun muy lejos de poder, tan siquiera, lamentarnos por aquello que nos infligimos a nosotros mismos como especie. Imaginen entonces, cuánto falta para que tratemos de remediarlo.

Dense un momento para pensar en ello con detenimiento, y quizás resuelvan lo mismo que yo. Entre todo este variado elenco de agravios y lesiones, la violencia contra las mujeres puede que sea la más ancha y honda, la más sangrante y supurante de las heridas que nos hayamos causado jamás como civilización.

Para mas información consulta los siguientes enlaces web:

También puedes consultar la siguiente investigación al respecto:

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