Razones para no utilizar el término ‘Porno por venganza’

En la actualidad, el término ‘porno por venganza’ y la práctica a la que hace referencia se han convertido en un elemento más, no solo de nuestra sociedad sino a nivel global. Shopie Maddocks -docente, investigadora y activista- llevó a cabo un estudio en 2018 sobre el cuestionamiento y la reformulación de este término, a través de conocer la perspectiva de personas activistas, académicas y expertas pertenecientes a doce países diferentes. Su artículo ‘From Non-consensual Pornography to Image-based Sexual Abuse: Charting the Course of a Problem with Many Names‘, estudia las terminologías que se están empezando a utilizar de forma alternativa y más acorde a lo que realmente se designa, comparando en qué puntos se discrepa o se coincide según el contexto. La autora encuentra que, pese a las posibles diferencias en el vocabulario, el cuestionamiento del término ‘porno por venganza’ y el desarrollo de nuevos términos más ajustados, son comunes en todos los casos. Por ello, en el artículo citado se propone el término ‘Non-consensual Dissemination of Intimate Images’ (NCII en adelante), que hace referencia a la ‘Diseminación no consensual de imágenes íntimas’.

Esta práctica relacionada en gran número de ocasiones con la sextorsión, es una nueva forma de control y poder sobre las mujeres que, principalmente sufren las más jóvenes. Esto se debe al uso de las nuevas tecnologías de las nuevas generaciones, que no solo facilita la grabación de imágenes de este tipo, sino también su difusión. Dadas todas las repercusiones que para las víctimas tiene la NCII, se citan a continuación algunas de las razones por las que debemos desterrar ‘porno por venganza’ de nuestro vocabulario y de nuestro imaginario colectivo.

  1. En primer lugar, no estamos ante material pornográfico. En ningún momento esas imágenes son grabadas (con o sin consentimiento de la víctima), para su consumo masivo, no son actrices. Designar ese material como ‘pornográfico’ distorsiona la realidad de que, los espectadores están consumiendo un material difundido, y en muchas ocasiones filmado, sin consentimiento.
  2. No es venganza. Este término es una forma más de focalizar la culpabilidad en la víctima. La venganza hace referencia a la provocación de un daño como respuesta a otro recibido. Sin embargo, las víctimas no están siendo ‘castigadas’ por sus actos previos. Muy al contrario, las motivaciones que llevan a la práctica de la NCII son diversas: despecho, extorsión económica o sexual, o simple disfrute. Es necesario por tanto, volver a situar la atención en la persona que comete el delito, y no en la víctima que lo sufre.
  3. No es una forma de entretenimiento. Primero por las experiencias tan dolorosas de las víctimas que lejos de recibir apoyo público, ven afectada su vida cotidiana. Y segundo, porque a menudo ni siquiera la víctima ha grabado el material que más tarde se difunde. Así, en muchos de los casos que se han conocido, las imágenes habían sido obtenidas de forma ilícita, con videocámaras en sitios tales como servicios públicos o probadores de tiendas. Cabe puntualizar que incluso en aquellos casos en los que las víctimas pudieran haber grabado o enviado de forma consciente y voluntaria las imágenes, los perpetradores no se encontraban en derecho alguno de llevar a cabo la NCII.
  4. No es una práctica novedosa. Sin embargo, el desarrollo de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), ha facilitado la vigilancia por un lado,  y la diseminación del contenido por otro.
  5. Es una práctica compleja que merece ser comprendida y estudiada en todas sus formas. Con frecuencia solemos pensar en una pareja que rompe y en la que se utilizan las imágenes íntimas por despecho. Sin embargo, los delitos que se cometen bajo el término ‘porno por venganza’ son múltiples. Algunos ejemplos son la difusión de imágenes obtenidas en agresiones sexuales, contenido adquirido a través de estafas como algunos casting online de modelaje, o incluso el robo de contenido almacenado en nuestras cuentas privadas por parte de hackers.

Todo lo anterior nos indica que no solo la práctica de la que venimos hablando es un ejemplo más de la violencia que sufren las mujeres, sino que también el lenguaje que utilizamos es sexista y patriarcal. Los retos que se nos plantean avanzan en diferentes direcciones. Por un lado, es urgente dejar de poner el foco en la víctima que sufre cualquier tipo de violencia machista, para poner el foco en quien lo comete. Solo así podremos empezar a educar a los hombres desde que son jóvenes en formas de relación igualitarias. Por el otro, es necesario reflexionar sobre el lenguaje que utilizamos y su influencia real, para convertirlo en una herramienta que contribuya a la sensibilización pública y la incidencia política.

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