22 de Febrero, día Europeo de la Igualdad Salarial

Con motivo del día 22 de Febrero, día Europeo de la Igualdad Salarial, veo necesario reflexionar sobre el proceso diferencial que atraviesan hombres y mujeres, y que en último término desemboca en la desigualdad salarial patente a día de hoy en sociedades formalmente igualitarias.

Desde la etapa educativa a nivel formal, niños y niñas aprenden contenidos y materias que se imparten a través de un filtro androcéntrico (Simón, M.E., 2010), y es por ello que, a pesar de estar las niñas sobrerrepresentadas en rendimiento y expectativas de seguir estudiando (Díaz-Aguado, M.J., Martín, G., 2011), acaban optando por profesiones en la que la remuneración es menor (De la Rica, S., 2010), fundamentalmente de los sectores de servicios, administración, ayuda y trato con personas.

Vemos aquí un primer elemento de la segregación por género en cuanto a la “elección” de la ocupación, así como la que se produce en “ocupaciones de baja remuneración media dentro de la misma empresa”, según Sara De la Rica (2010).

Siguiendo el estudio de esta autora, a través de la Encuesta de Estructura Salarial (EES), y teniendo en cuenta la influencia de dichas variables, en 2006, las mujeres ganaban un 17% menos que los hombres. 

Asimismo, resulta igualmente alarmante señalar que, entre hombres y mujeres con la misma ocupación y empresa, y que tienen la misma edad y nivel educativo, la diferencia en el salario base, presumiendo que este se asigna de forma automática según el sector ocupacional, es del 6%, y en el caso de los complementos, que poseen una serie de criterios más discrecionales, la diferencia es del 30%.

Teniendo en cuenta entonces, que las mujeres por lo general acceden a sectores laborales peor pagados, y que a pesar de estar en puestos en igualdad de condiciones que sus compañeros varones cobran menos que ellos, debemos añadir también componentes como el del techo de cristal y la conciliación del trabajo de cuidados no remunerado con el trabajo remunerado, los dos relacionados entre sí.

En primer lugar hay que decir que, debido al rol tradicional impuesto a la mujer sobre su responsabilidad completa en el trabajo de cuidados a nivel doméstico, ésta ha sido limitada a la hora de acceder al mercado laboral, o si accedía a este, se le generaba la dificultad añadida que supone hacerse cargo del trabajo tanto en una esfera como en la otra.

Siguiendo esta línea, según Susana Sánz (2009), basándose en las cifras proporcionadas por EUROSTAT, en el caso de España “comprobamos que la tendencia es que, de un modo abrumador, el colectivo de las mujeres trabajadoras es el que opta por un trabajo a tiempo parcial y son mayoritariamente mujeres quienes solicitan permisos de maternidad/paternidad y excedencias para hacer posible el cuidado de los hijos”.

Asimismo, según la European Working Conditions Survey (2005), se puede comprobar que, aunque fijándonos en las horas de trabajo remunerado, los varones superan a las mujeres, si tenemos en cuenta tanto éste como el no remunerado de cuidados, las mujeres trabajan de media más horas que los varones, aunque de forma invisibilizada.

De esta manera, es coherente que a la hora de ocupar puestos de responsabilidad o poder, las mujeres estén infrarrepresentadas (Cuadrado, I., Morales, J.F., 2007), y se le presenten los obstáculos que configuran el llamado techo de cristal, todo ello sumado a los estereotipos de género que suponen que la mujer posee de forma natural una menor capacidad de liderazgo, al contrario que los varones.

Es por ello por lo que, aún defendiendo la igualdad salarial, hay que tener en cuenta las diferencias estructurales que colocan a la mujer en una inferioridad de condiciones respecto a los varones a la hora, tanto de acceder al mercado laboral, y aun accediendo al mismo, al tipo de sectores en los que se introducen, como de tener salarios adecuados a la tarea que llevan a cabo, y de poseer igualdad de condiciones a la hora de aspirar a tener puestos de mayor responsabilidad y poder.

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