Este artículo forma parte de la campaña de activismo que se lleva a cabo con motivo del día 28 de mayo, Día Internacional de la Acción por la Salud de las Mujeres, en el marco del “Programa para Educar en Igualdad y Prevenir la Violencia de Género. Hacia un voluntariado por el Buen Trato” de Fundación Mujeres, con la financiación del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 a través de las Subvenciones del 0,7 a actividades de interés social.
Por Irene Macías Gallego – Voluntaria de Fundación Mujeres
Existen cada vez más datos que ponen de manifiesto la existencia de diferencias en el modo de enfermar de mujeres y hombres, en la evolución de la enfermedad y en la forma que actúan los medicamentos. ¿Por qué se continúa considerando como poco importantes los problemas que afectan a las mujeres? ¿Por qué no se incluye a las mujeres en los ensayos clínicos? ¿Por qué se medicalizan sistemáticamente los procesos naturales como el embarazo, el parto o la menopausia?
El hecho de que las mujeres sean invisibles para la atención sanitaria, para el diagnóstico y el tratamiento de muchas enfermedades y que sus síntomas sean confundidos, minimizados o no bien diagnosticados, hace plantearse las bases en que se ha basado la ciencia. En este campo los avances de la innovación han sido muy desiguales y poco sistemáticos en cada una de las especialidades médicas. Existen pocos datos de investigación diferenciada por sexo y se tratan de forma incorrecta y reduccionista las causas y efectos de determinadas patologías.
Las mujeres durante años fueron excluidas de los ensayos clínicos, reducidos al estudio de los hombres y extrapolando los resultados automáticamente a toda la población.
La inclusión de las mujeres en los ensayos clínicos ha aumentado en un 25 o 30% en los trabajos publicados en los últimos 15 años. Son muy pocos los que estudian, al mismo tiempo, condiciones de vida y trabajo, por tanto, con perspectiva de género. La asignatura pendiente es introducir la variable de la diferencia sexual en la investigación teórica, demostrando los sesgos de la pretendida neutralidad de la ciencia biomédica oficial. Las condiciones sociales, laborales o ambientales suponen las condiciones de enfermar de los seres humanos
Los anticonceptivos han supuesto una gran innovación para la planificación familiar, pero no se valoran los efectos secundarios, ni a corto ni a largo plazo. Estudios recientes nos alertan de su uso continuado antes del nacimiento del primer hijo o hija, o los riesgos de la píldora para impedir la menstruación durante largos periodos.
Los riesgos a corto, medio y largo plazo de la administración de anticonceptivos orales de segunda y tercera generación adolecen de la escasez de ensayos clínicos para evaluar su efectividad y efectos secundarios. Los síntomas más frecuentes a corto plazo son aumento de peso, náuseas, mastodinia (dolor de pecho durante el periodo premenstrual), disminución de la frecuencia de los ciclos menstruales, aparición de sangrados intempestivos, dolor menstrual y metrorragias (sangrado de origen uterino no atribuible a la menstruación), entre otros.
El uso de anticonceptivos hormonales, aumenta de forma significativa el riesgo de enfermedades cardiacas, se asocia con un incremento de riesgo de cáncer de mama en la premenopausia y el riesgo de cáncer de cuello de útero aumenta en mujeres que usan anticonceptivos por más de 5 años.
Desde Fundación Mujeres reivindicamos la necesidad de transitar de esta invisibilización a la atención de la diferenciación para conseguir la igualdad.
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