«Tenía sólo 10 u 11 años cuando mi padre decidió circuncidarme. Sería la quinta esposa de un hombre de 70 años. Hablé con la maestra de mi clase y ella informó a la jefatura de policía. Apenas dos horas antes de la ceremonia de ablación, llegó la policía y me retiró del lugar.» (Purity Soinato Oiyie en “El testimonio de las sobrevivientes: mujeres que lideran el movimiento para poner fin a la mutilación genital femenina”)
La mutilación genital femenina, de acuerdo con el Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU), es la lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos, reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos. Se calcula que más de 200 millones de niñas y mujeres han sido víctimas de este tipo de mutilación, aunque se ha ido reduciendo en la mayoría de los países en los que antes predominaba. Aun así, más de 68 millones de niñas actualmente corren el riesgo de ser mutiladas antes de 2030.
El origen de esta práctica radica en una desigualdad de género profundamente arraigada; en ciertas sociedades se considera un ritual iniciático, en otras un requisito para el matrimonio, e, incluso, algunas comunidades cristianas, judías o musulmanas le atribuyen una base religiosa. Las personas que rechazan estas prácticas o que permiten que sus hijas no las practiquen pueden ser condenadas, por lo que, incluso los padres y madres que no quieren que sus hijas se sometan a una ablación femenina pueden verse obligados/as a llevarla a cabo. Siempre han existido mitos y mucha desinformación sobre la menstruación, el clítoris, la virginidad y la sexualidad de la mujer, y han disfrazado la ablación con razones sociales o étnicas, como ya hemos dicho, cuando en realidad lo que buscan es la dominación y opresión sobre la capacidad reproductiva de las mujeres, muchísimo menos normalizada o tratada que la de los hombres. El placer sexual femenino ha sido demonizado de muchas formas, y esta es una de las “soluciones” practicada por ciertos grupos.
Para promover la erradicación de esta “tradición” es necesario mentalizar a las comunidades afectadas y practicantes para que comprendan el delito contra los derechos humanos y la igualdad de género que supone. La erradicación de este crimen es esencial para implantar y mejorar las necesidades de salud sexual y reproductiva de las mujeres y niñas que pueden tener un alto riesgo de sufrirlo.
Según el FPNU, «el abandono colectivo, en el que toda una comunidad decide dejar de participar en la mutilación genital femenina, es una manera eficaz de poner fin a esta práctica y garantiza que ninguna niña o familia se vean perjudicadas por la decisión. Muchos expertos opinan que la MGF solo podrá erradicarse mediante el abandono colectivo».
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Por Jimena Chamizo Ruiz – Voluntaria de Fundación Mujeres