Por Esther Carpintero – Alumna en prácticas de Fundación Mujeres
La sexualidad es inseparable a la existencia del ser humano. Los seres humanos somos seres sexuados y nuestra sexualidad evoluciona a medida que nos hacemos mayores. La sexualidad es todo el conjunto de relaciones afectivas y sentimientos que constituyen una facultad humana esencial. Si se lleva a cabo una sexualidad saludable se fomenta el llevar una vida plena. Por lo tanto, la sexualidad no es solamente el coito o la relación sexual como tal, sino que implica la socialización sexuada y las relaciones sociales afectivas y sentimentales, así como caricias, abrazos u otras formas de ejercer nuestra sexualidad.
No es posible comprender la sexualidad sin tener en cuenta a la persona en su conjunto. La sexualidad tiene tres dimensiones: biológica, psicológica y social. La parte biológica, se refiere a las células que nos forman como seres humanos y que están diferenciadas sexualmente; la psicológica, se entiende como que cada persona tiene su orientación sexual y puede vivirla como prefiera; y la social, muestra que las personas y su forma de socializar está relacionada con su identidad como personas sexuadas. La Organización Mundial de la Salud definió la salud sexual como “la integración de los elementos físicos, emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual, por medios enriquecedores que potencien la personalidad, la comunicación y el amor”. Así, la sexualidad se aprende, ya que posee elementos sociales y culturales.
Por todo esto, la educación sexual integral es necesaria, puesto que ayuda a que las personas obtengan las herramientas necesarias para manejar su relación con ellas mismas, sus parejas, comunidades, y con su propia salud sexual. La educación en sexualidad comprende desde el propio desarrollo humano, las relaciones (también familiares, de amistad, amorosas…), las habilidades personales, el comportamiento sexual, la salud sexual, hasta la sociedad y la cultura (la vergüenza, el estigma, el poder,…).
Estudios de la UNESCO y otras organizaciones han determinado que la educación integral en sexualidad ayuda a disminuir el número de personas con infecciones de transmisión sexual (ITS). Además, si se proporciona una educación sexual con perspectiva de género, se ha observado que tiene un mayor impacto en la infancia, adolescencia y juventud, fortaleciendo la creación de relaciones satisfactorias y saludables y previniendo la violencia de género.
La educación sexual propicia aprendizajes basados en el respeto por la diversidad y el rechazo por todas las formas de discriminación, fomentando el desarrollo de competencias para expresar sentimientos, necesidades, consentimiento, emociones y problemas. Al ser una enseñanza integral y transversal, ayuda con situaciones cotidianas y la resolución de conflictos, por lo que es útil para el día a día.
En conclusión, la educación sexual nos permite reducir los riesgos a los que nos exponemos cotidianamente, permitiéndonos vivir libremente la sexualidad y disfrutar de las relaciones que establecemos y de nuestro propio cuerpo.
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