Do not disturb. Man are explaining

Cree Rebecca Solint, historiadora y periodista estadounidense, que la historia reciente de su país quizás pudiera haber sido distinta si se hubiera prestado más atención a los informes de Coleen Rowley, la agente del FBI que lanzó los primeros avisos sobre Al Qaeda. Según parece la credibilidad resulta un don ajeno (incluso en estos tiempos) para las mujeres.

Puede ser un familiar, una pareja, un compañero de trabajo, un amigo, un contrincante político…todos ellos elementos masculinos, cuentan con el beneplácito de la duda (aunque esta pueda resultar poco razonable) sobre todo aquello que, acaso, puedas atreverte a verbalizar como mujer, ante cualquier foro público. Una especia de “eres susceptible de equivocarte invariablemente, hasta que se demuestre, mucho y muy fuerte, lo contrario). En sociedad y en lo que a nosotras respecta, la mitad masculina suele operar como cierta suerte de filtro. Ellos fiscalizan y atribuyen la razón de los contenidos, hasta dónde, cómo y cuánto de lo que decimos es, o no, cierto o definitivo. Nosotras estamos educadas para asentir calladas a sus múltiples correcciones, a sus atinados matices y sus oportunos ajustes del discurso, sin poner en duda su criterio, porque ellos fueron los padres fundadores de la palabra pública, y del discurso que con ella se construye, sus diseñadores.

Este fenómeno que ya ha sido identificado como práctica, si no invariable, al menos ciertamente recurrente, se conoce con el nombre de mansplaining (contracción inglesa de “hombre” y “explicar”). Debemos saber nombrar, como estrategia para señalar aquellos aspectos “sutiles” (y no tanto) que apuntalan un sistema basado en desigualdades y asimetrías. En esta ocasión la autora se centra en reconocer aquellas circunstancias por las cuales, mujeres cualificadas que deciden exponer sus argumentos por validos y valiosos, son interrumpidas por voces masculinas que coptan el discurso, en ocasiones apropiándose de él, o quizás para redirigir el enfoque hacia sus propios pareceres.

Carencias culturales  nos presuponen en puntos de partida distintos, y todxs parecemos conocer bien nuestros lugares y funciones. Si alcanzamos a interpretarnos dentro de un sistema social, observamos como las mujeres corren lentamente y con dificultad, tras el pelotón de varones que avanzan con soltura. Según Solint, este tipo de actitudes no se expresan de manera aislada e independiente. El sistema funciona y se engrasa permanentemente, a través de estos mecanismos cotidianos. Cada pieza sirve a un cometido, que es la integración coordinada de una lógica del conjunto. Dejemos de pensar en el machismo como un recinto oscuro, que resiste como una suerte de un tumor social. Hablamos no de algo residual, que fácilmente pueda extirparse de nuestra raíz cultural. El machismo se aloja en el centro mismo de nuestras civilizaciones, es algo innegociable que tan solo permite ligeros retoques. Su expulsión definitiva supondría un cambio de paradigma, que muchos (demasiados) no están dispuestos a consentir.

 

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