Por Miriam Anta Domínguez–Equipo de trabajo del Observatorio de Violencia
La última noticia del periódico El País: “Nadie se moja con las cláusulas antiembarazo” nos ofrece unas declaraciones sobre la desigualdad existente en el mundo deportivo que parecen propias de otro siglo.
En dicha noticia, Maria José López, abogada de la Asociación de Jugadoras de Baloncesto (Ajub) denuncia que las mujeres deportistas no gozan de los mismos derechos que sus compañeros de profesión, como por ejemplo en el tema de la paternidad o maternidad.
Las mujeres deportistas tienen cláusulas legales en sus contratos en los que se especifica que si se quedan embarazadas su contrato quedaría anulado. Esto por supuesto no pasa en el caso de los hombres. ¿Cuántos deportistas masculinos con contratos multimillonarios son padres y presumen de ello en todas las revistas? La respuesta es casi todos. Y por supuesto ningún jefe o entrenador les ha dicho que se corten en su procreación, porque desgraciadamente asumen que el cuidado de los hijos/as va a estar a cargo de sus parejas o de las niñeras. ¿Por qué a las mujeres deportistas no se les ofrece esa posibilidad de que sean sus parejas o quien ellas consideren las que se encarguen de sus hijos/as? Por no hablar de las creencias de que bajen su rendimiento deportivo. Es obvio que en el caso de las mujeres necesitarán un periodo de recuperación, pero eso no debería de ser motivo suficiente como para anular el contrato y ponerlas una vez más en la tesitura de tener que elegir entre desarrollar su carrera profesional o formar una familia.
Es increíble e indignante como el mundo deportivo mantiene una desigualdad tan acuciada entre hombres y mujeres y que además sean legales. Como bien dice María José López, es el Estado el que puede y debe intervenir para que esto cambie y más en un país como el nuestro en el que fardamos tanto de nuestra Ley de Igualdad.
Si no se cambia esto, que es lo primordial, los clubes deportivos no van a estar obligados a hacerlo y las mujeres deportistas van a seguir callando por temor a quedarse sin trabajo y con sus cuerpos controlados por un contrato. Dejando claro nuevamente que la libertad de la que gozan hombres y mujeres no es la misma.
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