Por Elena Valenciano, @ElenaValenciano
Existe un arma de guerra a la que no se le aplican los convenios internacionales. Un arma que no se exporta ni se importa y que hoy sigue escapándose a todo control. Es la violación –las agresiones sexuales contra millones de mujeres y niñas– usada como un arma más, especialmente salvaje y cruel, en los conflictos por todo el mundo. Lo resume bien la siguiente afirmación de un ex comandante de fuerzas de paz de la ONU: «En un conflicto armado, hoy es probablemente más peligroso ser una mujer que ser un soldado.»
El ginecólogo Denis Mukwege lleva 25 trabajando contra esa realidaden la República Democrática del Congo, enfrentándose a diario con la peor cara del ser humano. Más de 40.000 mujeres, niñas y niños, víctimas de violaciones –a menudo colectivas– por parte de grupos armados, han pasado por sus expertas manos y por las de su equipo en el Hospital Panzi que él mismo fundó en la región de Kivu, una de las más peligrosas del mundo.
Su labor no se circunscribe al tratamiento médico –del que es referente mundial– de las graves lesiones causadas por agresiones brutales, sino que busca la recuperación moral y social de mujeres y niños que quedan estigmatizados en sus comunidades. El Dr. Mukwege también ha alzado su voz públicamente para defender a las más vulnerables y para denunciar la impunidad de estas violaciones –que el mismo considera un arma de destrucción masiva por el dolor e impacto que producen– y esa denuncia casi le ha costado su propia vida.
El Parlamento Europeo acaba de concederle su máximo galardón, el Premio Sájarov, con el que reconoce su labor, su incesante lucha en favor de la dignidad de las mujeres, y por extensión de la dignidad humana. Este premio es también una denuncia contra la represión, la sumisión, la dependencia, la explotación y el sufrimiento de millones de mujeres africanas que luchan día a día por su libertad.
La comunidad internacional debe reaccionar de forma urgente contra las agresiones sexuales como arma de guerra, pues lejos de reducirse, su uso continúa en aumento en muchas partes del mundo. Es necesario romper de una vez por todas con la cultura de la impunidad, perseguir a los culpables, reparar a las víctimas y acabar con esta práctica que afecta a las sociedades donde se produce durante décadas.
Como se afirma en la declaración de la Cumbre contra la Violencia Sexual en Conflictos (Londres, junio 2014), debemos comprometernos en la erradicación de la violación como arma de guerra como generaciones anteriores lo hicieron para acabar con la esclavitud. Ésa es la tarea valiente e imprescindible del doctor Denis Mukwege.
Publicado en El País (Ver el artículo en la fuente Original)