Por Eli Huegun Arruabarrena
El asesinato de las dos chicas mendocinas en Ecuador ha traspasado fronteras y ha llegado también hasta nuestro país. Me atrevería a decir que la mediatización transfronteriza ha sido más por el tratamiento que se le ha ido dando a la noticia (recordemos que pasó alrededor de una semana desde que desaparecieron hasta que fueron encontrados sus cuerpos asesinados), que por los hechos en sí, porque desgraciadamente, y por si a alguien le extraña lo que he dicho, el feminicidio es una de las lacras y vergüenzas que comparten todos los países del mundo.
Hay una carta que se ha hecho viral en la red, en donde Guadalupe Acosta, una alumna de Ciencias de la Comunicación, se ha puesto en la piel de una de las asesinadas y ha escrito el relato que nos podrían haber contado tanto Marina Menegazzo como María José Coni.
En su escrito, que ha sido compartido mas de setecientas mil veces, reflexiona sobre la culpabilidad compartida con el asesino que se les achaca a las mujeres cuando son asesinadas, maltratadas o humilladas, tal y como hemos visto que se ha hecho con Marina y Maria José los últimos días. Como si las mujeres incitaran a los criminales a violar, maltratar, torturar o asesinar. Como si las mujeres con sus actos irresponsables despertaran ese monstruo que los violadores, maltratadores, torturadores o asesinos llevan dentro e intentan controlar. Las mujeres les provocan. Desgraciadamente, éste es el pensamiento de una amplia parte de la sociedad, que en vez de educar al potencial delincuente, piensa que es mejor enseñarle a la mujer qué no debe hacer si quiere evitar un destino fatal para sí misma.
Parece que no es suficiente con que las hayan asesinado. El individuo se autopregunta:
¿cómo se les ocurre a las chicas viajar solas? ¿dónde y cómo conocieron a quienes las mataron? ¿por qué se fueron con ellos? ¿cómo no se dieron cuenta?
Y después se autorresponde:
Seguro que empezaron a tontear y no quisieron continuar. El alcohol nos hace hacer locuras. No supieron cómo parar, y claro, después pasa lo que pasa.
Vemos que en el subconsciente siempre es la mujer, con su insensatez, la que lo empieza todo, aunque el que cometa el atentado contra la vida, la integridad o el honor sea otro. La mujer activa el brazo ejecutor.
La sociedad en la que vivimos no ha asimilado que la mujer sea independiente y autosuficiente. Y no me refiero a la independencia y a la autosuficiencia que los hombres les ceden, les permiten tener. No. Me refiero al nivel de independencia y autosuficiencia entre iguales, al mismo nivel que los hombres han disfrutado a lo largo de toda la historia por el mero hecho de ser hombres. A este respecto se manifiesta también Leila Mesyngier, en la web Cosecha Roja.
No creo que lo dicho sea una reflexion exagerada de una persona obsesionada con el feminismo. A lo leído y visto estos últimos días, tanto en redes sociales como en medios de comunicación, me remito.
Aunque la realidad sea la que es, hay una verdad irrefutable, ya que como dice Guadalupe Acosta, “un día vamos a ser tantas, que no existirán la cantidad de bolsas suficientes para callarnos a todas”. Hay que seguir y no callarse.