El pasado julio, Rumanía, uno de los países más pobres de la Unión Europea, se ve espantado por el famoso caso de «Las niñas de Caracal«. Un caso protagonizado en un pueblo sureño de la región (olvidado en el mapa nacional), conmueve más de doscientas mil personas en las calles de Bucarest.
Tras continuas llamadas de socorro por parte de Alexandra Manescu (15 años) en la localidad Caracal, los cuerpos de seguridad retrasan su intervención en el domicilio indicado por la joven, hasta 19 horas más tarde de la petición de ayuda. El principal sospechoso, el dueño de la casa, Gheorghe Dinca (65 años), afirma inicialmente desconocer tal caso. Sin embargo, a lo largo de su detención, los testimonios por parte del detenido cobran de un momento a otro, diferente sentido. Actualmente, Dinca, declara haber asesinado a la adolescente, pese no haber pruebas contundentes al respecto.
Inicialmente la desaparición no parece sorprender a los pobladores de Caracal, pues en abril de este año, los familiares de Luiza Melencu (19 años) denuncian su desaparición. Sin embargo, la actuación de los agentes policiales resulta nefasta. Ante la desaparición de esta adolescente, la única respuesta que recibe la familia es: «se habrá escapado con su príncipe azul». A través de la normalización de las migraciones masivas en los últimos años, junto al carácter despectivo respecto a las migraciones femeninas, se condena a los miembros de Caracal a una profunda frustración. Sin embargo, gracias a la grabación telefónica de la petición de ayuda por parte de Alexandra: «viene, viene; me golpeó y violó» y la evidencia de la trágica respuesta de su interlocutor: «ahora mandamos a alguien, no mantengas la línea ocupada», estalla la bomba mediática.
Tras la difusión de estas evidencias, varios componentes de la diáspora rumana, contactan con los platos de televisión del país, ofreciendo información sobre dicho caso. Desde el reconocimiento de una de las chicas en un entorno asociado a la prostitución en el sur de Italia, hasta un nuevo testimonio de una mujer que reconoce públicamente al acusado, y afirma haber pasado por una red de trata. Bajo un pseudónimo, Larisa cuenta que el acusado no actúa solo. De este modo, facilita una serie de detalles que impactan a los oyentes. Dinca es solo uno de los responsables del tráfico de jóvenes rumanas hacia al extranjero. Relatando su historia, Larisa cuenta la facilidad en el cruce de frontera mediante varios vehículos, donde «pasan de unas manos a otras» sin la necesidad de ningún tipo de control de documentos. En suma, durante el viaje, las chicas se ven sometidas a un «test de la vida» mediante el cual se determina si el perfil de la víctima es «apto para captación»: chicas pobres que nadie buscaría.
Pese a la intervención de la Dirrección de Investigación de las Infracciones de Crimen Organizado y Terrorismo (DIICOT), y las continuas llamadas anónimas que destinan mensajes anónimos a los familiares: «su hija está trabajando en Bélgica, dejen de buscarla»; todas la atención parece limitarse a las confesiones del acusado de 65 años, que sin duda alguna, se muestra como cabeza de turco de una red internacional de trafico de mujeres con fines de explotación sexual. Mientras la representación jurídica de ambas partes lucha por tener la razón, la defensa de Gheorghe Dinca, se aferra al acompañamiento voluntario de las jóvenes en su vehículo particular. Cierto es, que en zonas rurales del país, el «transporte ocasional» a cambio de una pequeña propina al conductor es una práctica común, teniendo en cuenta el escaso servicio del transporte público. Dicho esto, el culpable es reconocido por acudir a institutos en horas puntas.
Casualmente, el auge de «Las niñas de Caracal» coincide con las campañas electorales destinadas a las próximas elecciones presidenciales en Rumanía. Esta situación ha provocado tan solo un debate más en la esfera política, cuyo fin es tratar que la pelota acabe en el tejado del adversario. Mientras que el despido de pequeños puestos en la policía local parece justificar la transparencia pública, estos casos tienden a mostrarse como incidentes aislados provocados por un mal hombre. Mientras tanto, la corrupción se manifiesta a gran escala. Desde el permiso del procurador a intervenir en la casa de Caracal un día después del aviso, hasta la policía fronteriza que no realiza ningún tipo de verificación en los documentos de identidad de jóvenes mujeres que salen del país diario, junto al equipo de investigación que acelera el proceso de condena de un único culpable, al igual que la falta de acción a través de la Embajada rumana en países como Italia, nos alimenta la siguiente conclusión.
La precariedad económica, la cultura machista, junto a la complicidad de un Estado proxeneta, dan pie a la pérdida de identidad de aquellas mujeres desaparecidas en países pobres e invisibilizadas en países ricos. Se determina una alta vulnerabilidad en las zonas rurales rumanas, donde los proyectos de vida se ven disminuidos, la economía muestra sus peores consecuencias, y los valores conservadores están más arraigados. Esta situación, en suma a la despreocupación generalizada y familiarización de tales condiciones, forman parte de la violencia ejercida a diario hacia las mujeres rumanas. Mujeres prestadas como un objeto. Una fuente de ingreso para unos hombres, y un momento de placer para otros. Mujeres secuestradas, maltratadas, violadas, explotadas. Mujeres ocultas al ámbito público. Mujeres.
Para más información consulta los siguientes enlaces: