Las mujeres Kayan o Karenni, originarias de Mongolia, pertenecen a una minoría étnica de Myanmar, y son conocidas por llevar alrededor de sus cuellos un collar que se enrolla formando una espiral. En la década de 1980 muchas de ellas huyeron de los conflictos bélicos de Myanmar y fueron a Tailandia, donde el funcionariado tailandés, en lugar de asentarlas en campamentos de para personas refugiadas, decidió colocarlas en aldeas turísticas con fines lucrativos. Al no contar con el estatus de refugiada, muchas de estas mujeres permanecieron en un limbo legal y carecían de documentación oficial para salir de sus aldeas. Algunas de estas mujeres fueron traficadas y obligadas a servir de atracción turística.
Años atrás, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) se hacía eco de este problema, denunciando que las autoridades tailandesas habían prohibido la salida del país de un grupo de mujeres Kayan, a pesar de que países como Finlandia y Nueva Zelanda se habían ofrecido para acogerlas como refugiadas. Por ello, ACNUR pidió a los y las turistas que no visitasen estas aldeas.
Las mujeres que siguen esta tradición comienzan a ponerse adornos de latón en espiral que rodean su cuello a partir de los 5 años. Posteriormente se van añadiendo más anillos, haciendo que visualmente parezca que tienen el cuello más largo.
En junio de 1979, la revista National Geographic publicó un artículo titulado «Anatomía de un secreto de belleza birmano» por el Dr. John M. Keshishian, quien, tras realizar radiografías a estas mujeres, reveló que los anillos, no alargan el cuello; sino que presionan el pecho y los huesos de la clavícula hacia abajo.
Si bien el Gobierno birmano trató de terminar estas prácticas en el pasado y un gran número de mujeres rompieron con la tradición, se cree que muchas mujeres son obligadas a continuar con esta costumbre debido su atractivo turístico y a la alta rentabilidad que proporciona al sector turístico tailandés, que a la vez garantizan unos ínfimos ingresos a estas mujeres y sus familias.
Algunos críticos denominan a estas aldeas turísticas «parques temáticos étnicos», otros, van más allá y se refieren a estas como “zoológicos humanos”.
La crisis de la Covid-19 ha frenado en seco el turismo en Tailandia, dejando a estas mujeres en una gran situación de vulnerabilidad.
El caso de las “mujeres jirafa” nos obliga a reflexionar sobre el estatus jurídico de las mujeres refugiadas que no son reconocidas como tal, y una vez más, desenmascara la violencia que se ejerce a través del control del cuerpo de la mujer, y cómo esta pervive en el tiempo una vez que es aceptada y normalizada por la sociedad.
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