Un reciente informe expone el acoso callejero que sufren las mujeres en el mundo

Por Silvia Soto Ruiz – Equipo de voluntariado del Observatorio de Violencia


Silbidos y pitidos, miradas insistentes, gestos y proposiciones obscenas, murmullos y risas, fotografías y grabaciones sin consentimiento, exhibicionismo y masturbación pública, tocamientos, seguimientos, bloqueo de caminos, amenazas de agresión sexual, intimidación física… Y también el piropo. Todo esto es acoso callejero y ninguna de sus prácticas es «inofensiva».

De hecho, el acoso callejero es violencia machista. Según las estadísticas, la inmensa mayoría de las mujeres en el mundo sufren este tipo de violencia, tal y como se muestra en la investigación realizada en 2018, y plasmada en el informe «Inseguras en las calles: experiencias de acoso en grupo en niñas y mujeres jóvenes», recientemente publicado por Plan Internacional. Focalizado en cinco grandes ciudades (Nueva Delhi, Kampala, Lima, Sídney y Madrid), ubicadas en los cinco continentes, lo cierto es que los resultados generales del estudio bien se podrían extrapolar a cualquier otro contexto geográfico.

En realidad, el acoso callejero puede darse en función de cualquier tipo de discriminación, pero sin duda la más extendida -y normalizada- es el acoso callejero por motivos de género, definida por Stop Street Harassment como aquellos «comentarios, gestos y acciones no deseadas, realizadas por la fuerza a una persona desconocida en un lugar público sin su consentimiento, dirigidas a ellas por razón de su sexo, género, expresión de género u orientación sexual, reales o percibidos».

Por lo tanto, el acoso callejero por razón de género, que la mayoría de las veces tiene connotaciones sexuales, ya sean más o menos explícitas, puede manifestarse de formas muy diversas, implicando o no contacto físico, pero en todas ellas subyacen dos elementos básicos del patriarcado: la desigual distribución del poder entre los géneros y la cosificación que se hace de las mujeres como objetos sexuales.

Principales conclusiones del informe:

1.- Las ciudades no son espacios seguros para las niñas y mujeres. Ni de día ni de noche. Los espacios desde donde más situaciones de acoso se reportaron fueron las calles (más del 79% del total en todas las ciudades), el transporte público e intercambiadores/estaciones, y desde el trayecto hacia/desde la escuela (especialmente preocupante en los casos de Nueva Delhi y Kampala, con el 37% y 22% de los casos reportados de acoso).

2.- Esta inseguridad que sufren todas las mujeres se agudiza todavía más en el caso de las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes, ya que son el principal «foco» de los actos de acoso. Además, la sensación de miedo se dispara entre las mujeres con menor edad.

3.- Indefensión para las mujeres e impunidad (penal y social) para los acosadores. Primero, por la inoperancia de las autoridades o la inexistencia de legislación específica que combata el acoso callejero. Esto provoca que las mujeres no suelan denunciar este tipo de violencia porque creen que no sirve para nada. Segundo, porque el acoso está normalizado. De hecho, según el informe, nadie intervino en el 75% de los casos reportados en los que hubo testigos. Esta doble cara, indefensión de unas e impunidad de otros, puede llegar a generar, además, un sentimiento de culpabilidad en las mujeres acosadas.

4.- Lo que para los acosadores puede ser un «juego», para las mujeres, en el mejor de los casos, es algo que les incomoda y, en el peor, les atemoriza. Por este motivo, una de las consecuencias es la modificación de la conducta y rutina por parte de las mujeres y niñas. Por ejemplo, en Nueva Delhi y Kampala, se ha detectado que el acoso puede repercutir en la trayectoria educativa de las niñas, llegando a provocar el abandono escolar. En última instancia, el acoso es una manera de  «expulsar» del espacio público a la población femenina.

Los acosadores y la masculinidad tóxica

Sin duda, los acosadores pueden acosar a sus víctimas estando solos o en grupo. Y estando ellas solas o acompañadas. Pero, atendiendo al estudio, la combinación más repetida es la del acoso en grupo a mujeres solas. Y cuanto más sean ellos y menos edad tenga la mujer, más acoso se produce (por ejemplo, el 77% de los casos reportados fueron cometidos por un grupo de 3 o más acosadores). Y si la mujer responde a sus acosadores, la respuesta más probable es un aumento del nivel de violencia.

Es una evidencia más de cómo la masculinidad tóxica se agudiza en contextos grupales: primero, porque se diluye la propia responsabilidad individual en medio de una autoría múltiple. Segundo, porque actuando así se refuerza la pertenencia al grupo, así como la identidad del mismo (por ejemplo, incluso los más reticentes al acoso dentro del grupo, acaban cometiendo estos actos, bien por acción o bien por omisión); y tercero, porque se alimenta la masculinidad tóxica, el poder y la dominación.

Algo empieza a cambiar, pero no es suficiente

Para finalizar, el informe «Inseguras en las calles» no sólo hace un diagnóstico de la situación, sino que también se propone una serie de recomendaciones para atajar esta violencia. Estas medidas tienen como principales destinatarios, por un lado, a las autoridades, para que comiencen a realizar políticas públicas en este sentido (como campañas públicas o refuerzos legislativos), y, por otro, a los hombres y niños, para que se produzca un cambio de mentalidad. Todo ello con la participación de las mujeres y niñas en los procesos de tomas de decisiones.

Aunque sea muy lentamente, algo parece que empieza a cambiar. Desde que Bélgica aprobara la primera ley que condena el piropo en 2014, varios países han ido adoptando legislación anti-acoso callejero, como Perú o Francia. Así lo resume María, una participante de la investigación que vive en Lima: «aunque al principio no teníamos muchos espacios donde hacer oír nuestra voz, eso está cambiando. Tenemos la necesidad y el derecho de sentirnos seguras en la ciudad«.

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