Un Uber, ¿por y para mujeres?

Por Lucía Alba López Rodríguez – Equipo de Trabajo del Observatorio de Violencia

Recientemente en Estados Unidos acaba de lanzarse un nuevo servicio de transporte privado, con el objetivo de cubrir una demanda muy básica y nada particular. Esta empresa se hace llamar safeHer (anteriormente conocida como chariot for women) y consiste en la puesta en marcha de una flota de taxis conducidos por mujeres, y cuya clientela quedará así mismo, exclusivamente compuesta por mujeres y niños menores de 13 años.

La idea surgió de un hombre, Michael Pelletz, antiguo empleado del servicio Uber. En cierta ocasión, durante una jornada de trabajo, Michael vivió una mala experiencia con un cliente, lo que hizo que Michael se preguntara, qué hubiera pasado de haber sido él una mujer (también yo me he preguntado que hubiera acontecido en el supuesto de que fuera una clienta la agresora, en fin). Al calor de esta reflexión Michael concibió una idea, crear una empresa de taxis seguros para las mujeres y conducidos por ellas mismas.

Michael no es el único que ha pensado en ello. En diferentes partes del mundo hemos asistido a un buen numero de iniciativas para mejorar la seguridad en el transporte público, un ejemplo de ello son los vagones y autobuses de uso exclusivo para mujeres en diferentes ciudades. Recientemente también se han puesto en marcha algunas iniciativas interesantes que ponen la tecnología al servicio de la seguridad ciudadana, como por ejemplo esta nueva aplicación (companion) por la cual uno o varios de tus contactos pueden acompañarte virtualmente a casa, siguiendo tus movimientos, tu ruta y el tiempo de tu llegada a través de un fácil programa que maneja un GPS.

No podemos asegurar con rotundidad que estas medidas no reportan beneficios para la seguridad de las mujeres. Es innegable que, a priori, parece una buena estrategia a la hora de solventar los problemas de inseguridad que sufrimos tan a menudo. Iniciativas como estás pueden llegar a evitar posibles agresiones e incluso disminuir el número de víctimas mortales. No negaré tampoco que este tipo de medidas supongan un nicho de empleo para muchas de nosotras, y que dicho oficio de paso, pueda perfilarse como ciertamente positivo, pues conecta a las mujeres y las convierte en sujetas activas y positivas de una causa común. Se me ocurre que si la propuesta llegara a funcionar, e incluso superase las expectativas de demanda, tal vez el obstinado mercado tan limitado en ciertos valores, centraría su atención en este tipo de iniciativas, suponiendo quizás el comienzo de una nueva gama de ofertas seguras y confiables para nosotras.

Todo ello podría suponerse de esta nueva actividad, sin embargo, existen también otros puntos por los cuales rogaría su especial atención. La implementación de este tipo de iniciativas contribuye a solucionar los problemas, sin embargo a su vez llevan aparejadas consigo nociones poco recomendables tales como la transitoriedad o la superficialidad. Me explico…

La incorporación de este tipo de servicios a menudo son interpretados como la solución. De esta forma el problema parece resuelto y por tanto aspectos tan necesarios como el ejercicio crítico, la reflexión, vaya, todo lo que suponga un análisis más profundo que pueda llevarnos a la raíz del conflicto, desaparecen abrúptamente. Estas medidas preventivas no plantean soluciones profundas y de paso adormecen los debates tan necesarios en torno al machismo o la misoginia.

Por otro lado, aunque las intenciones se nos presenten rebosantes de buena voluntad, debemos saber identificar el destino de las mismas. Con la consecución de este tipo de medidas quizás andemos alimentando de paso a la, ya de por sí, sobrealimentada bestia de los prejuicios. Si hacemos distinciones, si concedemos ciertos prestigios, reforzamos también las rancias creencias en torno a la debilidad de las mujeres.

En ocasiones el miedo resulta ciertamente útil a determinados intereses, un arma de gran calibre cargada también de aviesas intenciones. El miedo por ejemplo puede convencernos de nuestra vulnerabilidad, puede hacernos parecer débiles. Si el temor nos atenaza el pensamiento será entonces mucho más fácil comprender y tolerar algunas “medidas paliativas”, tales como las restricciones impuestas sobre ciertas libertades o determinadas limitaciones en la movilidad de las mujeres. Nos sale demasiado caro. No debemos pagar nuestra seguridad con el reconocimiento a aquellos que promulgaban cómo nunca debimos caminar solas.

Bien mirado, este tipo de acciones resultan a su vez una eficaz herramienta de control. Las mujeres que por el motivo que fuere no consintieran el uso de este servicio, podrían quedar desprotegidas al sobreentenderse que declinan estas “medidas de seguridad”, llegando a ser reprendidas o incluso sufriendo la justificación de la violencia a la que fueron sometidas (siempre debido a la irresponsabilidad de sus actos).

Por último, debo de explicar algo a cerca de la perspectiva economicista que pudiera interpretar este problema como una oportunidad de mercado. Todas las medidas encaminadas a mejorar la vida de las mujeres cuentan con algo positivo. Si el mercado y la iniciativa privada quieren hacerse cargo de nuestras necesidades, eso al menos sería una paso, sin embargo preferiré mil veces ser entendida como una ciudadana de pleno derecho que merece el debido respeto y reconocimiento, y no como una consumidora o propietaria de algún patrimonio. La libertad y la autonomía individuales son derechos, no artículos de lujo (ojalá nunca olvidemos esto).

Señoras y señores, estamos tapando una herida infectada. Pensemos bien el tipo de comunidad que queremos ser. Esta bendita sociedad se empleó siempre a fondo para enseñarnos a vivir “matando moscas a cañonazos”. Preferiría en lo venidero explorar nuevas alternativas que tengan más que ver con aquella otra expresión que aboga por “prevenir antes que curar”.

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